En una demostración de su inagotable espíritu deportivo y de su incansable compromiso con el internacionalismo, Cuba brilló en los Juegos Olímpicos de París… bueno, más o menos.
Con la misma energía y entusiasmo que caracteriza al Combinado Deportivo de Mi Barrio en su torneo anual de dominó, la delegación cubana se presentó en la Ciudad Luz con el firme propósito de mostrar al mundo lo que realmente significa ser una potencia deportiva. ¡Y vaya que lo lograron, aunque quizás no en la forma que todos esperaban!
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El desfile inaugural fue un espectáculo digno de aplausos, con los atletas cubanos ondeando la bandera nacional con tanto orgullo que casi parecían estar en una competencia de agitar banderas.
«¡Ahí vamos!», exclamó un comentarista entusiasta en la televisión cubana, asegurando a la audiencia que este sería un evento para recordar.
Y tenía razón, aunque no necesariamente por las razones que él imaginaba.
Los comentaristas deportivos en la isla, siempre tan elocuentes, nos hicieron creer que cada atleta estaba a punto de realizar la proeza de su vida.
«Nuestro equipo de atletismo ha entrenado día y noche bajo el sol revolucionario, impulsados por el espíritu de Martí y el café de la mañana», dijo uno de ellos, con la convicción de alguien que nunca ha corrido más allá de la parada de guaguas.
Pero cuando llegó la hora de la verdad, los resultados fueron algo diferentes.
En la pista, la delegación cubana demostró que la resistencia es clave… sobre todo a la hora de aguantar las bromas de los rivales.
«Corren como si estuvieran huyendo del colero,» comentaron algunos espectadores, sorprendidos por la falta de velocidad de nuestros representantes. Eso sí, el compromiso era evidente: aunque no llegaron en los primeros lugares, llegaron con un orgullo inquebrantable.
En las competencias de levantamiento de pesas, uno de nuestros atletas fue visto rezando antes de levantar la barra.
«Está invocando a la Virgen de la Caridad para que lo ayude a no dejar caer la economía… digo, la pesa», bromeó un espectador. Y cuando la barra cayó al suelo con un estruendo, el atleta miró al cielo con resignación.
«No fue su día», explicaron los comentaristas, y todos asentimos en silencio, recordando cuántos días más no han sido «nuestros días» últimamente.
Pero la verdadera joya de la delegación cubana fue el equipo de boxeo.
Nuestros pugilistas, famosos por su destreza en el ring, se enfrentaron a sus oponentes con la misma determinación con la que se enfrenta una cola en una tienda.
«Dale duro, como si estuvieras en la cola del pollo», se escuchó gritar a alguien en las gradas.
Y aunque no siempre salieron victoriosos, sus oponentes no olvidarán la experiencia de ser enfrentados con tal pasión.
«Nos ganaron en puntos, pero no en dignidad», comentó un boxeador cubano tras un combate particularmente duro.
Al final, la delegación cubana regresó a casa con algunos diplomas de participación y muchas anécdotas que contar en las reuniones familiares.
Y si bien las medallas fueron escasas, lo que no faltó fue el sentido del humor. Porque si algo ha demostrado Cuba en estos Juegos Olímpicos es que, aunque el oro sea difícil de conseguir, las sonrisas siempre están garantizadas.