Lo que parecía ser un ingenioso triunfo del ingenio cubano terminó en una amarga ironía. Tras semanas de arduo trabajo, un mecánico habanero, famoso en su barrio por encontrar soluciones creativas a los problemas más comunes, logró transformar la legendaria lámpara de Aladino en un bidón de leche.
La motivación detrás de esta hazaña era simple: resolver la constante escasez de recipientes para almacenar leche en su comunidad. Sin embargo, al llegar el momento de llenarlo, descubrió algo que lo dejó perplejo: no había leche para almacenar.
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La decepción fue inmediata. Tras días de sudor y esfuerzo para convertir la lámpara en un contenedor funcional, lo único que consiguió fue un bidón vacío.
«Pasé horas puliendo esta lámpara, adaptando la boquilla y asegurando que no se escapara ni una gota… y resulta que no hay ni una gota de leche», exclamó, mientras se rascaba la cabeza.
Pero lo peor no fue solo darse cuenta de que no había leche. Fue el hecho de que había destruido la lámpara de Aladino, ese mismo artefacto que podría haberle concedido tres deseos.
“Si hubiera pensado mejor, hubiera pedido un deseo. El primero, por supuesto, habría sido tener leche”, lamentó, con una sonrisa resignada.
Al darse cuenta del desastre, imaginó lo que podría haber logrado con los otros dos deseos: tal vez un sistema de distribución que funcionara o, simplemente, que el genio le trajera de vuelta la lámpara.
Al final, con el bidón vacío y la lámpara destruida, el mecánico se quedó con las manos vacías, reflexionando sobre cómo la magia no siempre resuelve los problemas reales. Y es que, en Cuba, hasta los sueños más fantásticos parecen tener una forma particular de toparse con la dura realidad.