Manuel Menéndez, exdirigente comunista cubano, llega a Miami y se enfrenta a un capitalismo que no entiende. Su sueño americano se convierte en una divertida pesadilla.
Hialeah – Manuel Menéndez Castellanos, exdirigente comunista cubano, llegó a Miami para quedarse, pero el sueño americano rápidamente se ha convertido en una pesadilla llena de confusiones y malentendidos.
Al parecer, la transición del socialismo cubano al capitalismo estadounidense no ha sido tan suave como esperaba.
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Desde su llegada, Menéndez ha demostrado estar completamente desorientado.
Durante su primera visita a un supermercado, intentó usar su vieja libreta de racionamiento cubana para comprar productos básicos.
«¿Cómo que no puedo cambiar esto por arroz y frijoles?», preguntó confuso al cajero, quien solo pudo reír mientras intentaba explicarle cómo funcionan las tarjetas de crédito.
En un intento de mantener viva la llama revolucionaria, Menéndez organizó un improvisado mitin en un parque de Miami, donde intentó dar un discurso sobre los «peligros del imperialismo».
Lamentablemente, su audiencia consistió en tres turistas perdidos que, al no entender nada, le lanzaron algunas monedas pensando que se trataba de un artista callejero.
No satisfecho, Menéndez decidió abrir un negocio de venta de tabacos «auténticos» cubanos, convencido de que en Miami todos querrían un trozo de la revolución.
Sin embargo, su ignorancia sobre el libre mercado pronto lo llevó a la quiebra. Al no entender por qué no podía fijar los precios como en la Cuba comunista, acabó vendiendo sus tabacos a precio de saldo, pensando que había algún «error en el sistema capitalista».
Los vecinos de su nuevo condominio también han tenido que lidiar con la llegada de Menéndez, quien convocó una «reunión del comité» para discutir cómo racionar la electricidad y el agua en el edificio, insistiendo en que «la escasez es una realidad mundial».
Los residentes, acostumbrados a un suministro ininterrumpido de servicios, no pudieron evitar reír ante sus propuestas de cortar la luz durante ocho horas diarias para «ahorrar recursos».
Pero el momento más hilarante ocurrió cuando Menéndez, abrumado por la oferta de productos en un centro comercial, preguntó en una tienda si había un comité de «abastecimiento y control de precios» que lo ayudara a decidir qué comprar.
«Demasiadas opciones, esto es una mierda», exclamó mientras intentaba entender por qué había diez marcas diferentes de café y ninguna regulada por el Estado.