La aburrida vida de Ernesto, funcionario del PCC que redacta discursos que nadie lee

MADRID – En el Vedado vive Ernesto Pérez, un funcionario del Partido Comunista de Cuba cuya vida ha sido descrita por sus vecinos como “aburrida pero con propósito”.

Todos los días, Ernesto se despierta puntualmente a las 5:30 a.m., se prepara un café y se sienta frente a su computadora para cumplir con su sagrada misión: vigilar las redes sociales y redactar discursos que nadie lee.

“Para mí, cada tuit subversivo es una amenaza potencial”, comenta Ernesto mientras revisa detenidamente el timeline de X, buscando cualquier señal de descontento. “Es como ser un guardián de la revolución en el mundo digital”.

Después de unas horas de intensa vigilancia, Ernesto se dedica a su otra gran pasión: redactar discursos llenos de fervor revolucionario y consignas históricas.

Estos discursos, sin embargo, rara vez llegan a ser escuchados por alguien más que él mismo.

“Siempre es importante estar preparado. ¿Qué tal si mañana me llaman para dar un discurso en la Plaza de la Revolución?”, dice con una sonrisa optimista.

Los vecinos, sin embargo, tienen una visión menos romántica de la labor de Ernesto.

“Lo vemos ahí todos los días, en su balcón, con su computadora. Nunca pasa nada interesante”, comenta Doña Marta, que vive al lado. “Pero él cree que lo que hace es vital para el comunismo. Supongo que todos necesitamos un propósito en la vida”.

A pesar de la falta de audiencia y el reconocimiento mínimo, Ernesto sigue firme en su convicción de que su trabajo es crucial.

“Si no fuera por mí, ¿quién estaría vigilando las amenazas en línea? ¿Quién estaría listo para dar el discurso correcto en el momento adecuado?”, se pregunta retóricamente mientras ajusta su boina con la estrella roja.

Incluso su familia ha aprendido a aceptar su peculiar dedicación.

“A veces le decimos que venga a ver una película con nosotros o que salga a dar un paseo, pero siempre dice que el deber lo llama”, comenta su esposa, Clara, con una mezcla de resignación y orgullo.

Al final del día, cuando el sol se pone y las calles de La Habana se llenan de la suave brisa del Caribe, Ernesto se sienta en su balcón, satisfecho con otro día de arduo trabajo.

“El camino de la revolución no es fácil, pero alguien tiene que hacerlo”, afirma antes de cerrar su laptop y prepararse para otro día de vigilancia y discursos.

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